La Princesa Yasevé

Blog Literario, desde el rincón de los olvidos

miércoles, 15 de marzo de 2017

La ventana

La ventana

Relato
La Ventana, relato
Vuelvo a estar en esta ventana abierta al mundo, desde aquí mi atalaya, mi pequeño hogar, mi cárcel de oro, ¡sí! desde estos cristales transparentes y limpios, siempre limpios, observo el mundo, aquellos que pasan corriendo acelerados por el tiempo; madres de la mano de sus hijos con las prisas de llegar tarde a la escuela. El barrendero que, como cada mañana, barre la porquería que se acumula en la acera, papeles de chicles de las adolescentes que se insuflan descaro y se nutren de vanidad, el tique de una compra no deseada, la publicidad del Telepizza o esa carta que te avisa del próximo desahucio. Parece mentira, de nuestra basura se sabe nuestra vida. Veo pasar a dos mujeres maduras que con ropa deportiva y ritmo acelerado, hacen su caminata diaria, y es que dicen, que caminar te da salud y, también te evita esos quilos de más, que a cierta edad, la mía, se acumula en lugares no deseados de nuestra anatomía. No olvido a los tres hombres, uniformados de ropa de trabajo, pasan fumando y conversando, seguramente de la última goleada del Barça, camino del trabajo. Y el microbús adaptado para personas con dificultad de movilidad, en realidad para esos “viejos” que en sillas de ruedas o con el taca-taca, como cada mañana llegan al centro de día, a pasar las horas, al sol de la incipiente primavera, con miradas perdidas, y ajenos a la realidad, pues prefieren recordar el pasado.
Sí desde esta ventana, contemplo lo que a mis pies se abre al mundo, y yo presa, no puedo abrir ni lanzarme por ella a comerme cada historia, cada persona, cada momento. Y cada mañana veo pasar a ese pobre anciano, ¿por qué pobre?, no sé supongo que vuelvo a caer como la mayoría de mortales en la compasión. El caso es que cada mañana, Rafael como así lo he bautizado, arrastra sus pies apoyado en ese bastón que le sirve para dar un paso tras otro, empujando su cuerpo hacía adelante con la dificultad de la parálisis en la parte derecha de su cansado y derrotado cuerpo. Repta con la lentitud de un caracol, 25 cms y descansa, 25 más y avanza. Así se conduce por la acera derecha destino a 50 metros más allá. Y así vuelve esos mismos 50 metros  por la acera de la izquierda, despacio cabizbajo, no puede enderezar la cabeza, su barbilla toca su pecho con una leve inclinación hacia el lado derecho de su cuerpo, con una mueca de tristeza en su boca, fijada como una fotografía impertérrita a las horas. A penas puedo verle los ojos, siempre fijos al suelo, quizás para él, mirar la tierra le concede la seguridad de no rendirse al cielo. Quien lo contempla pasar cada mañana, a la misma hora, como el soldado herido de muerte buscando la extremaunción de un Dios misericordioso, se rompe en la compasión de ofrecerle su brazo, para acercarle a su destino. Creo y quiero adivinar, que no quiere un brazo que le ayude en sus pasos, a lo mejor alguien a su lado que le acompañe, juntos hablando del tiempo o quizás de la vida. Avanza cada metro con el esfuerzo de la superación y, yo desde aquí arriba le invento una historia a Rafael, una vida de duro trabajo, de inmigración, no sé porque pienso que no es foráneo, que incluso no habla el idioma. Calculo sus años, quiero creer que tiene 74, realmente aparenta esos. Y en la invención de su vida, abuelo y padre, esposo de su mujer con Alzheimer, expoliado por una vida de trabajo y misería, para obtener como premio una mísera pensión y un ictus. Así es la vida de puta.
Mientras sigo mirando por la ventana como Rafael hace sus 50 metros diarios, pienso en mí. Mi vida tan miserable como su vejez, falta del arrojo para lanzarme al vacío, rompiendo los cristales de tanta indiferencia y tanta falsa condescendencia. Volar por la ventana, alzando el vuelo como las gaviotas que se elevan a la orilla del río, con el graznido del triunfo por tocar el cielo con la punta de los dedos. Apoyada en el bastón de ese amigo que en la ausencia siempre es presente, cuando más lo necesito. Tú mi ángel, porque siempre serás mi ángel, más allá del amor que siempre guardaré por ti, ese que descubrí una tarde de agosto cuando tus caricias me descubrieron al espejo y, sin compromisos, decidimos que somos más amigos que amantes, amigos por y para siempre, como cantaban Los Manolos. Eres la muleta que me ayuda a caminar.
Hacer añicos este vidrio que me separa de ti, mi amor, nadando hasta la extenuación para salvar este océano que nos separa, y poder siquiera tener un beso tuyo, solo uno, para consagrar las promesas que nos hicimos en mensajes de madrugada. Sí, zambullirme en el agua de este mar bravío en la frustración y la impotencia, para salvaguardar lo que nos une. Llevándote a mi isla donde solo caben los besos y, los versos de amor y esperanza. Una isla donde las palmeras arrullen nuestras noches de amor, y nuestros días de larga conversación. Sí amor, como partir con rabia esta distancia que nos amenaza como la espada de Damocles, queriendo matar lo que Eros nos concedió.
Y sigo observando por esta reja translúcida, creada a base de abandono y depresión, como las horas pasan con la lentitud de la herida que necesita cicatrizar, pero supura la pus de la soledad y la nostalgia. Hablo a esta sombra que mi cortina dibuja sobre mí, y que pesa como la losa del muerto aún sin despedirse de los suyos. Soy yo, ese dibujo que se proyecta sin alargarse lo suficiente, reivindicando su originalidad. Y en la conversación que tenemos, le reprocho su dejadez, su parsimonia de dar un grito a tiempo a tanta injusticia como ha vivido. Le censuro su benevolencia a la arrogancia de quien se aprovechó de su inocencia. Le recrimino la confianza regalada a ton ni son, como si fuese rica en generosidad y millonaria de tiempo. Y ahora pobre y en la ruina, apaleada por las palabras malsonantes y los desprecios, vagabundea un hola.
Ironía de la vida, cualquier preso quisiera esta cárcel, cualquier pájaro querría esta jaula de comodidades, calor en invierno y fresco el verano, la nevera repleta de frutas deliciosas y quesos sabrosos. Y yo, me muero por mi libertad, esa perdida en una mente enferma por la perfección y la traición.
Envidio a Rafael arrastrando sus zapatos desgastados por tanto paseo, y quiero deslizar mis pies a pesar de tanto cansancio, para recorrer un camino cuyo destino sea mi paz.
Relato
La Ventana, relato

martes, 14 de marzo de 2017

Marzo en Madrid

Marzo en Madrid de Fernando Baró

Blog literario, relato
Marzo en Madrid, relato
Intentando presentar a nuevos escritores que luchan por abrirse un hueco en el mundo de la literatura, tengo el placer de dar la bienvenida al blog a Fernando Baró. A diferencia de la mayoría de los colaboradores de este espacio, amigos que he hecho por mi caminar por las redes sociales, Fernando, no es amigo debido a ello. Este escritor que concibe la vida como pura pasión, agotando cada minuto del día, para después derrochar su experiencia y sentimientos en sus relatos y poesía, lo conocí personalmente en una tertulia de Alfareros del Lenguaje. A partir de aquí, la amistad se ha mantenido.
Madrileño acérrimo, su evocación y recuerdos en sus palabras. Gracias, Fernando por colaborar.Sin más os dejo este relato.
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Llegó el segundo fin de semana de marzo y amaneció un bello día de radiante sol.
     Los madrileños hartos de días de frío y viento, toman las calles ligeros de ropa, dispuestos a pasear y tumbarse descalzos en los parques, a sentir en su piel los primeros rayos de sol en este sábado de primavera adelantada, mientras escuchan música, leen un libro, fuman un cigarrillo o besan y acarician a su pareja.
     Chicas en minifalda y short nos alegran la vista enseñando sus piernas enfundadas en pantis y medias negras transparentes de licra y nylon, algunas de encaje con un look desenfadado, femenino, con un punto punk. Botas altas que estilizan la figura o de tipo militar con aire de rebeldía.
     Paseo por calles que conozco bien, el Madrid de los Austrias, el de los Borbones. Plazas, parques, callejones, vías en las que pasé mi infancia, mi adolescencia y mi primera juventud. Pasajes en los que jugué, me peleé y me enamoré. Lugares donde fui inmensamente feliz y también en ocasiones desgraciado.
     Me encamino subiendo la calle Santa Isabel y bordeo el convento, la iglesia y el colegio de monjas de Santa Isabel que visitaba en mis años de bachillerato.
     Estudiaba en el SEK, en la calle San Ildefonso y además de las compañeras de nuestro centro, ligábamos con las cucarachas de la Asunción.
     Los chicos del Kostka las llamábamos así porque iban uniformadas de azul oscuro. Nuestras chicas llevaban falda tableada, camisa blanca y jersey azul de pico; nosotros pantalón gris, camisa blanca, jersey o chaqueta azul y corbata.
     En la entrega de notas, al finalizar el curso y en Navidad, cuando no estábamos liados con alguna de nuestras compañeras, acudíamos a las calles adyacentes del colegio religioso de Santa Isabel como depredadores en busca de presa fácil.
     El cebo era invitarlas a una litrona de cerveza. La cerveza y otros licores corrían por doquier y ya fuera para celebrar el aprobado o para olvidar los suspensos, bebían en exceso, aprovechando nosotros el momento de euforia o de bajón de las féminas para besarlas, magrearlas y meterlas mano bajo las faldas, ocultos entre dos coches o en portales oscuros.
     Sigo mi paseo matinal atravesando plazas y calles hasta llegar a la Plaza de Ramales, donde está enterrado Velázquez, y me adentro en la calle Santa Clara. Allí, en una fachada, sigue la placa que recuerda que en esa finca vivió y murió el escritor romántico Mariano José de Larra. En ese mismo inmueble se quitó la vida pegándose un tiro, por los amores y desamores con la andaluza, casada infiel, Dolores Armijo, un martes de carnaval de 1837.
     Un grupo de chicas, adolescentes, pasan sonrientes bajo la placa sin prestarle atención alguna; tal vez no sepan la existencia de la placa, quién era Larra, ni les importe en absoluto. Esta España cada vez más moderna, más europea y más despegada de su historia y de sus raíces.
     Llego a la calle Bailén y me tumbo en la pradera de césped, frente a la catedral de la Almudena, bajo el mirador sombrío, donde hace años escribí unos versos en recuerdo de Fígaro.
     En la acera de la fachada del Palacio de Oriente, un hombre canta opera acompañado de otro que toca el violín ante la mirada de los viandantes que una vez finalizada el aria, rompen en aplausos.
     El busto de Larra, cercano al “Anciano Rey de los Vinos”, a los pies de la explanada, es un espectador más en este entrañable entorno lleno de vida, en esta mañana soleada en la que espero que Fígaro no se sienta tan solo.
     En la verde pradera, parejas de jóvenes tumbados se besan y meten mano sin ningún pudor, un grupo de turistas extranjeros pelirrojos, pecosos y blancos como la leche, se sientan, descalzan y toman unas latas de cerveza, hay dos perros jugando mientras sus dueños dialogan y un señor distinguido que fuma un cigarrillo mientras lee la prensa…
     Llama la atención, por su belleza, una interesante joven delgada de cabellos lisos, cortos y castaños. Escucha música por los cascos, se ha quitado la chaqueta, los zapatos y desprendido del bolso, lleva puestos unos vaqueros pesqueros y una camiseta corta que deja ver su vientre liso y moreno. Sentada se lía un pitillo que enciende con una cerilla y fuma despacio, disfrutando del momento.
     Al cabo de unos minutos aparece un chico alto y corpulento. Se acerca a la joven de cabellos cortos y lisos, la besa en los labios y se tumba a su lado. Ella se pone encima de él, se ríe, le atusa el flequillo, le besa, le acaricia y empiezan a meterse mano.
     Me levanto y prosigo mi paseo llegando a la plaza de Oriente, escoltada por quince estatuas de reyes cristianos de la Reconquista, cinco reyes visigodos y doña Sancha de León. Rememoro el colegio República Argentina en el que hice preescolar y del que hoy no queda ni el edificio y mis juegos párvulos junto a mi hermana Almudena en este espacio cargado de historia.
     Me acerco al “Café de Oriente”, local elegante y decimonónico donde escribí algunos de mis relatos, tomé el aperitivo y pasé varias tardes con algunas de las mujeres que compartieron mi vida. Edificio del siglo XIX construido sobre los restos del Convento de San Gil del siglo XVII con unas curiosas cuevas.
     Me paro en la calle Mayor, en el lugar donde existía el palacio del conde de Villamediana, sitio en el que le dieron muerte en agosto de 1622 por orden de Felipe IV y del conde duque de Olivares, por intrigas de la Corte y amoríos diversos, proceso nefando, maridos burlados e injurias en prosa y verso a nobles y villanos.
     En el pasadizo de San Ginés, cerca de la chocolatería, en la rinconada, una placa nos recuerda que en este lugar, en el siglo XVII, vivía el madrileño Alonso de Contreras –el capitán Contreras- hijo de cristianos viejos, militar, corsario, escritor, pendenciero y amigo de Lope de Vega.
     Ya va siendo hora de comer algo, tras el largo paseo que requiere parada y fonda, y que mejor, en plan barato, que meterme entre pecho y espalda un bocadillo de calamares y un doble de cerveza en la Plaza Mayor.
     Hay varios bares dedicados a esta especialidad pero yo, tras hacer un inciso recordando el día de mi boda en la Casa de la Panadería, acudo a “La Ideal” en la calle Botoneras, donde de adolescentes íbamos los chicos del barrio a comer bocatas no solo de calamares, también de chorizo, salchichas, tortilla de patata, atún y morcilla.
     Con el estómago lleno, mi siguiente destino es la plaza de la Paja. Escenario en el que nos pegábamos los chavales del barrio contra los de Lavapiés y las Vistillas.
     Me recibe el palacio del Príncipe de Anglona, edificio palaciego del siglo XVII restaurado magistralmente y convertido en viviendas. Me llega el recuerdo de aquel tiempo en el que intenté, siendo novio de Yolanda, que fuera nuestra primera morada. No pudo ser, por falta de liquidez, en aquellos lindos años, plagados de ilusiones y sueños por cumplir, donde el amor lo inundaba todo.
     Entro en el recoleto jardín del palacio, abierto al público, y son otros ojos y otro amor que no llegó a serlo, quien inunda el recuerdo de una mañana fría pero soleada en la que fui inmensamente feliz acompañado de aquella joven y bonita mujer que practicaba el onanismo pensando en mí frente a la luna de un espejo y que terminó siendo solo un espejismo de lo que pudo ser una bella historia de amor. Sentado en uno de los bancos del jardín evoco sus ojos, sus labios, su risa, su boca, su olor, sus pechos pequeños de pezones oscuros, su trasero insinuante, su cuerpo que más de una vez abracé y que nunca llegó a ser del todo mío.
     Tocado de melancolía, una de las peores enfermedades que sufre el alma, prosigo mi paseo por la plaza de la Cebada, las calles de San Millán, Duque de Alba, donde vivieron mis bisabuelos y sigue existiendo el edificio de “El Imparcial”, periódico desaparecido, la plaza Tirso de Molina, que fue mi hogar durante cinco años, las calles de Relatores, Cañizares, Atocha donde estaba mi colegio, la plaza de Benavente donde por una ventana veíamos cambiarse de ropa a las bailarinas del teatro y la calle de La Cruz donde hago una parada y entro en “Matador”, una taberna tipo pub, donde me pido una copa intentando ahuyentar esta nostalgia que me invade.
     Me siento en un velador de madera y observo a los parroquianos. En una de las mesas hay un grupo de turistas italianas veinteañeras, degustando unas raciones de queso manchego, jamón y chorizo ibérico que beben agua mineral y coca cola. Un sacrilegio no comer estas ricas viandas con un buen vino. Son jóvenes y bonitas, delgadas, bien vestidas, de cabellos lisos y largos, gafas de sol de diseño y ropa de marca.
     En otra mesa, dos parejas guapas de españoles cuarentones, vestidos de sport, beben unos gin tonic y abrazados se hacen una foto con el móvil inmortalizando este momento en el que fueron o creyeron ser felices.
     Frente a mí, en la barra, hay una chica sentada en una butaca alta con las piernas cruzadas, no tiene unas piernas bonitas. Va acompañada de un chaval corpulento, un tanto macarra, con cara de boxeador y están tomando cerveza.
     La chica es morena, de cabellos ondulados en media melena, va sin pintar y físicamente es del montón, ni guapa, ni fea, con un piercing en la ceja y otro en el labio. Viste entre hippy y macarra, lleva un jersey largo que hace las veces de vestido corto, unas botas militares y unos calcetines negros subidos hasta las rodillas.
     Entre cervezas y risas salen a la calle a fumar tabaco liado y marihuana. Tras apurar un canuto, vuelven a la barra y piden dos cervezas más.
     Ella se sienta de nuevo en el taburete, esta vez con las piernas abiertas. No lleva bragas y descuidada o sin darle importancia alguna, nos muestra su coño negro depilado de hace días, su vello púbico rebajado que va creciendo sobre su monte de Venus como una sombra que bajo el vestido lo ocupa todo.
     Por el gran ventanal de la fachada, se ve a las putas haciendo la calle; blancas, negras y mulatas, españolas y extranjeras, cincuentonas, cuarentonas y de edad indeterminada. Gordas o excesivamente delgadas con aspecto enfermizo, culonas, desaseadas, descuidadas en el vestir, algunas desdentadas o con tatuajes carcelarios, buscando clientes que llevarse a las humildes habitaciones de las pensiones cercanas.
     Es el Madrid en el que nací y me forjé, que ha cambiado y no ha cambiado tanto. La vida tan dispar de unos y de otros que fluye sin descanso, como un río que no puede ni debe parar hasta desembocar en la mar que es la muerte.
     Sigo apurando mi copa lentamente, observando este escenario tan pintoresco. Termina la canción “Cadillac solitario” de Loquillo, una de mis preferidas, que me recuerda el tiempo en el que nos sentíamos reyes, en el que todo era posible. Éramos jóvenes y bien parecidos, trabajábamos duro y gracias a ello teníamos la cartera siempre llena de billetes para gastar con las chicas guapas y un bonito coche en la puerta.
     Suena como el agua clara que baja del monte, así quiero verte de día y de noche…
     Rememoro lo vivido, las batallas que he librado en esta lucha constante por sobrevivir, por  intentar ser feliz, sin olvidar de dónde vengo, quién fui, e intentando descubrir quién soy. Consciente en palabras de Borges de que “la derrota tiene una dignidad que la victoria no conoce”.
     No estoy triste, solo algo melancólico, tal vez desengañado de muchas cosas y añorando otras tantas.
     No derramo una lágrima, pero sin poder evitarlo mis ojos se encharcan, como el agua, como el agua
     Es marzo en Madrid.
Blog literario, relatos
Fernando J. Baró, escritor

domingo, 12 de marzo de 2017

La comunidad

Reseña: La Comunidad de Ani M. Zay (Yazmina Herrera)

Blog literario, reseñas
La Comunidad, romance, erotismo, sensualidad, sexo
“- ¿Por quién me toma, señor? – le dice -, ¿se pensó usted que yo consentiría en tales cosas? Por cualquier otro lado, tanto como le guste, pero por allí no, por cierto…
– Pero, señora…
– No, señor, es en vano, nunca va a conseguir que consienta.
– Pues bien, señora, hay que satisfaceros – dijo el príncipe, apoderándose de los altares que le eran caros -; me disgustaría mucho que se dijera que alguna vez quise desagradarle.”
EL MARIDO COMPLACIENTE (Cuentos eróticos) del Marqués de Sade.
Siempre que hablamos de erotismo, sentimos el rubor en la cara. La moral, o desde mi opinión, la “moralina”, que a lo largo de los siglos nos han impuesto, sobre todo por parte de la Iglesia Católica, en nuestro caso, ha delegado y rechazado el concepto “erótico” a la profundidad del ostracismo. Y no deberíamos olvidar que la etimología de “erotismo” procede de “eros”, dios del amor para los griegos, y el sufijo -ismo, actividad. Pero para nuestra sociedad, entendemos como erótico toda aquella actividad que connota sexualidad más allá de la pasión que provoca el amor. Olvidando que ambos conceptos, erotismo y amor, son complementarios de la relación que se establece entre los individuos, provocando a los sentidos. Según la definición del RAE, el erotismo se relaciona con el deseo y la actividad sexual, más allá de los sentimientos que implica el amor.
Aceptar y manifestar que se lee un libro donde la erótica y la sensualidad, y por no decir, en algún momento la pornografía, se hace patente; aún no es la norma, es más bien un tabú,  por todas las connotaciones que ello implica. Pero resulta una evidencia, actualmente, los libros que mayor aceptación tienen son los romances donde el erotismo y la sensualidad están en la primera línea de fuego de, valga la redundancia, de sus líneas. Y es que debo concluir, mucha culpa de ello y a la vez aplaudir, ha tenido la trilogía de 50 Sombras de Grey, más allá de mi opinión personal sobre dicha lectura, ya que no es el caso; abriendo la veda para ver con “mejor ojo” este tipo de literatura.
La Comunidad, es un libro que debemos calificar de “erótico”, pues mucho de su argumento se basa en provocar e incitar los sentidos de sus protagonistas, y otros personajes. La protagonista, Guacimara Suárez, Guaci, para todos, es una joven que con 23 años decide aventurarse y conocer mundo, más allá de Gran Canarias. Así que decide trasladarse a la península, y aterriza en Madrid. De forma casual coincide con Oliver Blasco, un joven fiscal, de buena familia y bastantes posibles. Entre ellos surge una línea eléctrica que eriza los sentidos, y de esa forma inician una relación, convertida en amor.
Pero como todo en esta vida, nada es idílico, o ¿sí?, ya que Oliver acoge a Guaci en su casa, y además desea y necesita que forme parte de su vida, en todos los sentidos, y eso significa, que ella forma parte de La Comunidad, su gran “familia” donde se ensalza y se tributa homenaje al sexo.
Guaci, “Eres tan diferente a todos los demás. No te aprovechas de los demás, no eres vanidosa, ni egoísta, eres divertida, alegre, extrovertida y me sorprendes cada día con algo diferente”, enamorada hasta el alma de Oliver, se encuentra ante el dilema moral de aceptar formar parte de esa “familia” tan particular y acatar sus normas, sin más. O bien, perder a su amado.
La autora, Yazmina Herrera, que en esta ocasión utiliza el pseudónimo de Ani, nos traslada a un ¿sueño?, donde la sensualidad y el erotismo de los protagonistas a veces se presenta de forma sutil o inocente, para en muchas otras, desbordar la imaginación del lector,provocando sus sentidos, mostrando de forma explícita, íntima y muy sexual a ambos.
Pero más allá de la “subida de temperatura” que provoca la relación de Oliver y Guaci, se esconden muchos aspectos que olvidamos muy fácilmente, ofuscados por lo más trivial y superficial, que es el sexo. Así, Guaci, de familia muy humilde, sin apenas estudios, por decisión propia, se encuentra ante una serie de disyuntivas que en una balanza, debe ponderar para seguir su relación con Oliver. Por ejemplo, la de trabajar o no, pues siempre lo ha hecho, aunque de camarera. Evidentemente, su nuevo estatus, no corresponde con ese tipo de “trabajo”. Educada en una estricta moral católica, aceptar según que “actividades”, choca con sus principios, creando en ella un estado de ansiedad y angustia, manifestado en el insomnio. Aspectos como la dependencia económica, la sumisión ante el hombre, el fetichismo, el “machismo”, la exhibición sexual, la maternidad y, el “derroche” y consumismo, crean en Guaci tanta inseguridad, con el deseo de huir. Pero ¿dónde queda el amor?. Ella es la que tiene la respuesta. “Pues a veces, el amor puede ser hermoso, pero también perverso sino se tiene cuidado…”   
Por otro lado, Oliver, representa el yerno que toda madre quiere para su hija, y el chico que toda chica sueña; un Adonis, guapo, de buena condición social, profesional y tan …sensual. Pero como todos, de sus luces también sus sombras, y así este joven, en ocasiones se deja llevar por la opinión y la decisión de otros. Cae en la complacencia, y desde mi punto de vista, muestra cierta “debilidad emocional”. Aunque la unión de ambos personajes, pone en evidencia las debilidades humanas y los instintos más “animales” que poseemos.
La narrativa de la autora es muy cercana al lector, la narración en primera persona nos vincula para empatizar, sobre todo con la protagonista, e intentar entender y justificar sus decisiones. Personalmente, considero que a veces peca de “debilidad” y mostrar esa seguridad que posee; pero claro, el amor es la razón y la justificación ante ello. El lenguaje utilizado es muy cotidiano, el que normalmente, utilizamos en nuestras conversaciones, además, el añadido de los modismos locales de Canarias. Solventado muy bien, por las anotaciones a pie de página de la autora. El libro es extenso, dividido en dos partes, con bastantes capítulos que se leen fácilmente y rápidamente. Lo más sorprendente es el final, un final que se ve venir, y otro opcional a criterio del lector. En mi caso, prefiero el opcional. Quizás sea, o mejor afirmo, que muchas de las normas a seguir por tan selecta comunidad, como la división de clases, con una “casta” dominante que se impone, la distinción de los individuos según su condición emocional y alguna más; se asemeja a nuestra sociedad y se aleja de lo utópico. Inclinándome más, por ese final. Destaco la normalidad sin eufemismos del lesbianismo, la perversión, el onanismo, la bisexualidad y la exhibición del cuerpo humano; temas que están presentes en nuestra sociedad y, que aún nos cuesta aceptar como tales. Así como la relación paterno-filiares.
A todos aquellos, que gusten del género romántico con toques de mucha sensualidad y erotismo, les recomiendo La Comunidad. Un libro que es original en su planteamiento. Y donde pondrá a prueba la imaginación del lector.
“El sexo es parte de la humanidad. Es algo que va en nuestro código genético. Somos animales sociales por naturaleza y necesitamos del contacto de otros de la misma especie para vivir. Entonces, ¿valorar el sexo como una parte enriquecedora de nuestra vida es pervertir?”
“La vida es una contradicción en sí misma”
Blog literario, reseñas
Yazmina Herrera, bajo el pseudónimo de Ani M. Zay. escritora.

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sábado, 11 de marzo de 2017

Mi sombra

MI SOMBRA de Rafael Cotilla

Vuelo de poemas, poesía
Mi sombra, poema
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Busco en el silencio que me responda…
Sería justo y certero que después de haber nacido,
antes de morir quiero,
que el silencio me responda…
porqué está apagada mi sombra.
Busco en el silencio, esperando,
que me responda.

Y sólo escucho sus gritos,
y escucho mis ecos,
y sólo, encuentro en sus gritos
su silencio.

Busco en el silencio,
y sólo escucho mis quejas,
y sólo advierto mis miedos…

Y atrás quedaron los cimientos,
el techo, 
y las paredes de esta vida que zozobra.

Busco en el silencio,
mis poemas oxidados por,
la intemperie del tiempo,
mis argumentos,
mis ausencias…

Y sólo escucho su silencio…

Qué alto se oyen los gritos del silencio
cuando nadie te oye,
cuando nadie se digna abrirte la puerta…

Busco en el silencio,
esperando que me responda…

Atrás quedaron mis guerras,
mis victorias,
y mis derrotas.
Dejando un vacío de soledad
y de sombras…

Y me amparo en la esperanza
¡Qué hable alto el silencio!
Qué responda a mis preguntas, de
“porqué pasan las cosas”.

Busco en el silencio,
esperando que me responda…

Y se tensan las venas de mi garganta,
y se agitan mi esperanza,
y mi alma ansiosa que recobre la esperanza…

Quiero ser poesía eterna,
Los gritos serían suspieros,
y la Fe sería esperanza
que espera calma,
donde los hombres esperan
al alba…

¡Pídole al silencio que me responda!
Porqué está apagada
mi sombra.
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Vuelo de poemas, poesía
Rafael Cotilla, librepensador y poeta

Frente a frente


Frente a Frente



Blog literario, relato
Frente a Frente, relato

Sentados frente a frente, sin más presencia que nosotros mismos. Tan diferentes ahora y los mismos de entonces cuando nos conocimos, ─ ¡cuánto tiempo hace! Recuerdo aquella tarde de agosto, «todo en mi vida pasa en agosto, debe ser mi sino», con mis kilos de más, mis gafas de culo de botella, mi pelo ondulado hasta rizarse en tirabuzones de princesa y aquella timidez que me impedía articular ni siquiera un ¡ay! Sí ─ ¿recuerdas?, con tu camiseta Meyba, cómo la odiaba, y cuánto te gustaba, tus vaqueros pasados de moda y tus zapatillas de mercadillo. ¡Y qué guapo eras!, aún lo sigues siendo a pesar de los años, quizás has ganado en atractivo y, esas canas que clarean tu moreno, realzando tu cara latina, atlético y rudo, corpulento y vigoroso. Realmente, no has perdido nada de tu atractivo, y ¡qué pequeña me he sentido a tu lado! Yo tan poca cosa, con mis cejas negras y pobladas, y mis ojos profundos, ansiosos de tu declaración de amor. Tan seria y seca de carácter, triste, eso poco ha cambiado, ocultando mi escote, ya sabes, siempre he tenido manía a mis pechos que tienden a llevarse por la gravedad, y además pequeños. Pero ¿recuerdas?, tampoco te importaba demasiado para meter tu mano, grande y áspera, por debajo de mi camiseta rallada de marinero y con escote uve. Sí, me acariciabas mis pechos toda la tarde mientras contemplábamos el sol en el parque de nuestros encuentros.
Nunca te declaraste, ni te arrodillaste para pedirme ser tu chica. Tan sólo acercaste tus labios a los míos, y me besaste, suave y lentamente, ¡sí! ahora dirían un “pico”. Así empezó nuestra relación de novios adolescentes, un beso y una vida.
Me sonrío, recordando que significó aquel beso, te volviste una obsesión para mí, y deseaba conservarte a toda costa. Y es que ¿quién iba a salir con una chica como yo? Apática, empollona, regordeta y ¡tan seria! Así que aquel beso inició la metamorfosis de mi persona y de mi ser. Te diré más, tú fuiste la primera y única razón de mi existencia en aquellos tiempos. El miedo a perder a un chico tan guapo y tan listo, me impedía dormir y comer, hablar y estudiar. Y así dejé de ser regordeta para convertirme en famélica; de empollona en distraída; de discreta y formal a atrevida y sensual. Pasaron días, tardes donde nos comíamos a besos por las esquinas del barrio. Años escondidos a los ojos de mi madre, en aquella habitación con sólo una cama, retozando en armonía y sintonía al reclamo de las hormonas. Horas intensas donde nuestros cuerpos jugaban a ser mayores, sin temor a nada, ni siquiera a un embarazo no deseado. Y es que, aunque gozábamos intensamente con nuestras bocas, que se perdían en cada poro de la piel, y aunque nos deleitábamos cabalgando por el vergel del sexo, aún teníamos un punto de sensatez para protegernos de los imprevistos. No era corriente entre nuestros amigos tanta cordura y tanta frialdad, de pensar, con 16 años evitar los riesgos. Y es que nunca fuimos una pareja normal, más bien, hicimos de nuestro amor, un universo, cuyos únicos habitantes éramos nosotros. Eran días de pocas palabras y muchas caricias, sentimientos que nacían en la piel para morir en el pensamiento.
¡Cuántas cartas te escribí! Una por cada momento de ausencia, versos, besos y corazones dibujados, mis cosas y estudios durante tu ausencia. ¡Cuántos te quiero! anotaba en un cualquier trozo de papel, ya fuera una etiqueta o una hoja en blanco. Necesitaba decirte que eras el mundo con él que soñaba cuando no me robabas el sueño.
Y aquí estamos, frente a frente, echando la vista atrás para comprender qué nos ha pasado, en qué parte del camino tomamos cruces diferentes. Para entender porqué, ya no precisabas de mis manos en tu pecho, ni siquiera mis labios en tu cuerpo. Para intentar conocer que dejé de desconocer de ti. Y para preguntarte ¿qué sabes de mí? Ya no soy aquella jovencita, que escuchaba a los Pecos para imaginar en cada letra que eras tú, quien me cantaba, aquellas estrofas azucaradas y melosas,
“yo no quiero ser nube de ningún firmamento,
ni esconderme de nada cómo cualquier secreto.
No me gusta la calma que muere por dentro,
Sólo quiero mirarte y, decir que te quiero,
 y decir que te quiero…”
No, ya no soy aquella que se dejaba tocar con el ímpetu del deseo, ni aquella que, tras años de noviazgo, siguiendo los mandatos familiares y las tradiciones, te dio el “sí” en el altar, rodeados de un centenar de invitados.
No, ya no soy la esposa que te preparaba el pastel de queso cada domingo, para tu complacencia, mientras me pasaba horas limpiando la casa y te ponía tus calzoncillos encima de la cama, pues no tenías ni idea en que cajón de la mesita se guardaban.
No, ya no soy aquella que te dejaba las notas de un “te quiero” en la nevera, o en el asiento de tu coche, mientras me iba a mi trabajo, jornadas intensas y delatoras de un cansancio y una desidía reconvertidas en depresión.
No, ya no soy aquella que no cruzaba la calle si tú no lo hacías. Ni siquiera aquella, que guardaba silencio ante tus decisiones.
Mírame, mira mis ojos, siguen siendo negros y profundos, abismales, deseosos de otros besos, pues los tuyos se agotaron en el aburrimiento. Mira, mira mis ojos, ansiosos por aprender a vivir lo que me queda de vida, ahora que ya se acerca a la madurez de instantes no vividos.
Y es que me ahogo en esa vida que construimos en la mediocridad de la felicidad. Y me quemo en el deseo de saber quién soy. Se me encoge el corazón de no escribir al mundo los versos que se acumulan en esta cabecita, en ebullición y a punto de desbordarse como el caldo cuando hierve. Y como me duelen los huesos de no poder caminar buscando la aventura, en otras tierras ajenas a ésta, donde echaste raíces para morir en ella.
No, ya no soy esa que te montaba en la rutina de la noche, o despertaba con tu erección mañanera para satisfacer tu capricho. No, ahora soy yo la que juega a seducir, a experimentar esos juegos que tanto convencionalismo ocultaban a nuestras manos. No, ahora soy yo la que decido que calle deseo atravesar y a que ciudad partir.
Ya no soy aquella que, de tanta inocencia, tonta era, en todas tus respuestas. Ni la ingenua que jugaba a la familia feliz.
Y aquí estamos, frente a frente, para decirte, sin reproches, que fue bonito, como la canción. Mas, como todo en esta vida, siempre hay un final para un principio.
Éste es el final para aquel principio que nació hace…no recuerdo ya, para morir hoy.

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Frente a Frente, relato

Adiós


Adiós



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Adiós, pensamientos, sentimientos, reflexión

En este mar profundo, invadido por tantas vidas perdidas por el desencanto de los días y la crueldad de los ajenos, se pierde mi vista, buscando un punto donde mis ojos brillen con alguna esperanza.
Duele, duele tanto el adiós que no sé cómo pedirle a mi Dios las palabras necesarias para vencer el temor a no dejarme abrazar por las olas que con rabia azotan la playa desierta por la soledad. Enfrentándome a la marcha de tus manos, las que tocaban mi alma, con tan sólo un roce. A la ausencia de esa boca que saciaba la sed de esta pobre alma, ávida del agua dulce de tus labios, sin la sal hiriente del océano en el que navego, a la deriva, sin rumbo fijo.
Y sale el sol por oriente, para alumbrar las horas, cegando mi vista ante lo oscuro del mar que a mis pies, reclama mi existencia. Ya no creo en esa palabra, creada por dioses insensatos al dolor de quien lo pierde, y es que el AMOR se muere, igual que nace, a golpe de envites y sacudidas, sin pedir permiso. Tu amor me dice adiós por siempre, pues ya no rima entre nuestros versos, los que escribíamos, en noches de luna llena mientras nos fundíamos en un orgasmo de pasión, donde un 6 y un 9 no eran números, sino la unión de nuestras bocas en los recovecos de nuestros cuerpos. Y brindábamos, con el vino que nacía de tanto deseo, ese que poco a poco, se escondía en la rutina, para no aparecer de nuevo. La vid se secó de tantos reproches y, aún más, de desconfianza.
Sedientos, acechamos otras camas, sin darnos la oportunidad de salvar aquello que con tanto trabajo construimos. Se acabó ese suspiro de aire que inhalaba, con la ilusión de respirar más y más. Se contaminó de indulgencia y aún más, de mentiras engrandecidas por tu indiferencia. Y así me asfixiaba con tu sola presencia, dolía, como la daga clavada en la espalda, matando en la lentitud de gotas de sangre agotadas por lágrimas amargas.
Y ahora entro en este mar negro y hondo que es mi mente, bravío por la tempestad de tu huida, donde el viento golpea con furia este acantilado escarpado, cincelado por rencores esculpidos en el silencio de tus desprecios.
Ya solo queda entregarme desnuda, en cuerpo y alma, a estas aguas ondulantes y picadas por el deseo de más vidas, bautizando mi bienvenida. Bien mereces, sentir el dolor de mi ausencia en la eternidad, por el amor verdadero que me negaste.
Mi adiós se escribe en el fondo del mar, sin más promesas, sin más retorno, mi amor.

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Te echo de menos

Te echo de menos

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Te echo de menos, sentimientos
En el sinfín de la Tierra te ocultas de las promesas firmadas con el rojo de la sangre en el pergamino de nuestra piel. 
Huiste como perro apaleado de tanto compromiso ajeno cortando ese fino hilo rojo que nos unía.
Y ahora tentando al destino, me balanceo en el puente que recorre tu cuerpo con el mío, bufando al viento, ¡cuánto te echo de menos!
Echo de menos el minuto de una despedida alargada todo el día. Esa sonrisa que abre quimeras al corazón, mientras murmuras un te quiero. Tu cuerpo dorado al sol de medianoche, despertando los instintos de la loba en celo.
Echo de menos la incertidumbre del amanecer de tu cintura. Y las riñas del mediodía.
Cuánto echo de menos esos besos sepultados por más besos lanzados al hueco de mi escalera. Subiendo peldaño a peldaño hasta llegar a mi pecho.
Y en desequilibrio bordeo tu silueta, buscando la puerta de acceso a tanto desamor.
Y repito tu nombre para echarte de menos por siempre jamás.
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