La Princesa Yasevé

Blog Literario, desde el rincón de los olvidos

jueves, 19 de enero de 2017

El malecón

Blog literario, relatos

El malecón

El malecón, Laura, relato mirando al mar, sentimientos,
Era su quinta cita a ciegas, como en las anteriores, esperaba sentada en el borde del final del malecón, allá donde el mar inicia su camino a la inmensidad. Su mirada fija en ese mar profundo y bravo por olas enfadadas con el mundo que embisten con rabia y furia contra las rocas del espigón, de la misma manera como las lágrimas  que vierten esos ojos de azul cielo, calientes por la ira y la desesperanza. Laura ausente en el horizonte contempla la caída del sol envuelta por la brisa de la Tramontana, y oteando en los naranjas del cielo los recuerdos de aquellos meses pintados en negro sobre su corazón.
Laura espera sin consultar el reloj aquella cita que se retrasa, solo desea que alivie la tristeza  que sus ojos emiten incandescentes ante tanto dolor. Estos momentos de soledad infinita abrazada tan solo por la incomprensión y la culpa, abren la brecha de la herida del recuerdo que una vez supuró pus negra de odio y venganza. Clava su mirada en el infinito del mar en copulación con el atardecer del final del verano. Aún podía sentir el calor que desprenden las rocas tras un día de veranillo de San Miguel. Confundida por los recuerdos, van desfilando uno por uno lo vivido en los últimos tiempos. El día aquel, mientras trabajaba recibió un whasapp de Manuel, su gran amor. – hoy no podemos quedar, ni mañana, creo q necesito tiempo. No preguntes ni me mandes mensajes, estoy en standbye. Un beso—
Dos lágrimas saladas y amargas por el dolor descienden por el rostro de Laura al recordar cada letra de aquel mensaje. Ese día no entendió que pasaba y en este instante continua sin entender. No comprende, pues el día anterior al washapp se habían comido a besos y caricias en el coche de Manuel, cuando fue a recogerla a la salida de la oficina. La besó con un beso de…esos húmedos y dulces, intenso y apasionado, donde las lenguas no dejaban de bailar unidas por el fuego de sus cuerpos. Laura derrama otra lágrima, ésta, ácida como el amoníaco que limpia la sangre derramada. Nunca más supo de él. Tres años vertidos en un pozo sin fondo, seco por el desamor y el dolor.
De ello hace tres meses, al principio Laura se refugió dentro del armario ropero, profundo como el mar que observa. Lloró mares y ríos, suspiró mentiras y moqueó la indiferencia del amor de su vida. Una semana después tuvo la fortaleza de salir de su trinchera de dolor para poder encender su portátil. Abrió su Facebook, él ya no existía en su perfil, se había esfumado y dispersado como el humo, tragó saliva amarga como la bilis, e hizo tripas corazón para dar al Me gusta de esos amigos que crecen como las setas en el otoño que se anuncia. Cambió la foto de perfil, y sería el llanto, o quizá la pena de los días pasados que habían afilado su cara dotándola de más belleza de la que tenía, que era mucha. En diez minutos su Messenger empezó a sonar con aquella campanita aguda que daña los oídos. Notificaciones de mensajes, y ¡vaya si eran mensajes! de hombres que querían su amistad. Todos se anunciaban de la misma manera:
–Hola, eres preciosa.
–¿Estás casada?—
Laura necesitaba el contacto con alguien, tantos días de incomunicación y de lágrimas, buscaba el consuelo de alguien, y quién mejor que un desconocido. Y se dejó querer por unas horas, contestaba mensajes, reía y a la vez lloraba, algunos le recitaban versos sensuales,  otros admiraban su belleza, y la mayoría le solicitaban una cita. Embaucada por falsas palabras, insuflada de adrenalina, enganchada a una jeringuilla de falsas promesas y palabras, Laura  despechada y sumida en la pena, se convirtió en adicta al chat, a los hombres que buscaban en ella un ratito de placer cibernético y orgasmo fácil. Y ella se dejaba querer, por momentos era la reina del ciberespacio, todos rendidos a sus pies, consiguiendo la autocomplacencia de ser deseada.
Durante el día Laura siguió su rutina, su trabajo, su familia. Por la noche se transformaba en pura sensualidad, erotismo en cada poro de su piel. Mensajes que la obligaban a olvidar a Manuel pues su recuerdo eran puntas de lanzas que se clavaban en su estómago. Esas horas se vestía de su desnudez para sentir el afecto de mensajes babeantes de eyaculaciones precoces. Laura en la noche se sentía exultante, deseada y aliviada. Durante dos semanas vivió en un tío vivo donde su cabeza no paró de rodar de foto en foto, de nombres extraños, de forasteros allende de mares y de cordilleras de deseo irreconocibles. Vagabundeó por chats clamando clemencia al amor, mendigó minutos de cariño y arrastró el sueño de noches de insomnio. Y cada amanecer era para Laura el instante de la culpa, de la mala conciencia, el momento de lavar tanta suciedad que se había adherido a su cuerpo durante la noche. Pasaron los días y aceptó una primera cita, creyendo que de esa manera podría sacudir la mierda que arrastraba, y quizá con algo de suerte encontrar el AMOR. Manuel era un fantasma que la acompañaba a todas partes su recuerdo, sus manos, su boca…
Su primer amante sin nombre no estaba mal, pero tenía voz de pito, y babeaba besos insufribles. Pero Laura se dejó querer, la habían educado para complacer, y cedió y concedió. De regreso a casa se quitaba de encima las moscas de repulsión por su pecado, y lágrimas derramadas para borrar una tarde de hipocresía.
Mas ella siguió su cadena de errores, creía que la próxima vez sería la definitiva y última. Cita tras cita; hombre tras hombre besos, manos, cuerpos y orgasmos derramados en un callejón sin salida donde Laura no podía salir.
La tristeza y el desaliento se instaló en el rostro de Laura, su sonrisa era forzada, y sus ojos, ¡qué decir de sus ojos! eran la viva imagen de la desesperación y los remordimientos. Se hundió en las redes de araña de amores prohibidos. Y cautiva de aquellos tentáculos peludos de siniestros rostros, Laura besaba y amaba explorando la desidia del sexo complaciente.
Y aquí esta ella, Laura, la efímera mujer del desaliento, sentada en el malecón, aguardando a otro desconocido, quizá el definitivo, el último que alivie tanto dolor que quiebra su cuerpo y más su alma. Quizá aquel extraño sepa respirar por ella inflando sus pulmones de esperanza. Quizá…
En el horizonte la Luna aparece y el mar en su azul casi negro emite los últimos suspiros de un día bravo y temperamental. Sin pensar, Laura con su mirada clavada en la copula de mar y cielo, se levanta de su improvisado asiento de errores. Poco a poco desabrocha su blusa de seda blanco roto, deja caer la falda evasé, tira con rabia de su tanga y separa de sus menudos pechos el sujetador negro de encaje.
Vestida de desnudez, ligera del peso del abrigo de la culpa, adelanta un paso hacia la orilla del espigón, su vista perdida se aleja de la realidad, y camina con paso lento pero seguro hacía el abismo. Olas enfadadas, embravecidas golpean el malecón y una de ellas, la más furiosa con Laura, con Manuel, la arrastra al precipicio de la inmensidad de un mar donde confluyen todos los pecados, todos los errores y todos los padecimientos que no supo olvidar, Laura.
Un desconocido desde el espigón ve caer a Laura al mar, desnuda, y embelesado por aquel cuerpo bien torneado y bronceado, tan sólo sabe murmurar: –menudo polvo tenía esa–
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El malecón, Laura, relato, sentimientos

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