La Princesa Yasevé

Blog Literario, desde el rincón de los olvidos

miércoles, 18 de enero de 2017

Hormigas

Hormigas

Relato
Hormigas, relato, fiebre, muerte
En llamas, mi cuerpo arde, necesito sofocar este fuego que de mis entrañas y de mi mente no deja de incendiarme. Necesito huir, un mar donde sumergirme, ahogar el calor que no dejo de desprender. ¿Cuánto tiempo llevo prendida a esta febril sensación?
Miro a mi alrededor, una habitación pequeña, sin ventanas, cerrada al mundo, como yo perdida la cabeza en imágenes del pasado sin retorno. Tan solo esta ¿cama?…no, camilla, ¿dónde me encuentro? No recuerdo, ¿desde cuándo? ¡Ah, sí!, la última escena que viene a mi mente era en descenso por las escaleras de mi pequeño dúplex. Y la oscuridad se hizo.
Ahora despierto de un sueño tan lento, paralizada por estas correas ¡Dios, cómo aprietan! me fijan como los grilletes de los presos, a esta camilla de hospital. Eso es, estoy en el hospital, vaya novedad, y esta vez ¿por qué? Intento pensar, recordar, averiguar, pero este dolor de cabeza, esta sed que se ha instalado en mi boca, dejando el sabor de la muerte, amarga, agria, me impide despegar la lengua del paladar, babeo como el niño chico deseoso de la leche materna. Ensalivo las palabras de inquietud, desasosiego, pesadumbre…eso es, el dolor y el fuego que no deja de quemar mis pies, mis manos maniatadas a la barandilla de la muerte, que me retiene unos minutos más, para confesar mis pecados, tortura de una vida de apatía, y flagela mi espalda, azote de látigos de agonía, de llantos, y la boca seca, sedienta ¡agua, por favor!, una gota, sólo una gota que sacie la vida.
Llamas en mis tripas que me estremecen, me retuercen en retortijones de incertidumbre que inflan mi vientre de helio venenoso, aligerando mi cuerpo, o ¿quizás apresura mis últimos momentos en un hálito de esperanza por seguir anclada al lecho del mundo? Todo en mí se aviva, ni siquiera el sudor que empapa esta locura consigue impedir al fuego su ascenso por los montes y valles de esta masa, ¿cómo me llamaba?, ¡vaya! hasta mi nombre se ha escapado, sin ni siquiera pedir permiso, mas no me debería sorprender, de mí se fugan los hombres que desertan de mi patria, y se evaden los pensamientos que sustentan mi ideología.
Giro la cara a la derecha, a la izquierda, sólo una niebla espesa consigo ver, y busco refugio en un grito mudo que se agarra a mi garganta, rompiendo en un quejido de desesperación. Y no puedo, no puedo con esta fiebre que quiebra mis ganas de respirar, y encoge mis latidos en un alarido de salvación, perdido en mi corazón chico como la canica de la suerte, guardada en el bolsillo. Busco desesperadamente con la mirada un objeto, un “algo” de realidad. ¡Ah, sí! oigo un chirrido que se cuela por mis orejas ensordeciendo en agudos una misma melodía: tinnnnnnnnnnnnnnnnn. Exploro mi cubículo de sufrimiento, y a mi derecha descubro la máquina que me encadena. ¿Cadenas de vida? o ¿cadenas de muerte lenta y tortuosa? Tendré que averiguarlo. Ufff, un cosquilleo en mi nariz, y mi mano que no puede apartar, ¿una hormiga?, hormigas, hormigas, un ejército de hormigas conquistan mi cara para ganar la batalla a mi miedo. Quiero gritar, chillar, ¿quítenme a estas hormigas que carcomen mi piel y horadan mi cordura? Y avanzan, descienden por mi rostro, se cuelan en mi boca, cri,cri,cri en mis dientes, cri,cri,cri mi lengua, asco, deseo escupir esta sed que me mata, y vencer a los insectos que en multitud me invaden. Por mi garganta avanzan hacía mis venas, fluyen en la sangre ardiente y conquistan mi corazón.
Sálvenme o mátenme, pero no quiero estos bichos, no, no, no los quiero me consumen y se regocijan de mi psicosis, de mi miedo. Y sigo ardiendo en el infierno de esta fiebre que me achica a cada segundo, embistiendo a la muerte para confluir en un orgasmo de pena.
Desisto, es una batalla perdida, estas alimañas no necesitan el tamaño del cuerpo, les basta la grandeza de su unión para destruir la magnitud del mundo. Cri, cri, cri ese himno se agudiza en mi sien, se repite en la constancia de la lumbre que crepita mis huesos, hirviendo la sangre.
Me rindo, las fuerzas se alejaron de mí, hace ya. Perdiendo el equilibrio de la realidad, sucumbiendo al zigzag de la sinrazón, y me voy, me marcho en silencio, sin ruido como mi vida invisible al hombre, inservible a extraños y conocidos, inaccesible al mundo, incoherente en actos, inadaptada a la realidad, inconfesable de miedos y vicios, indeseable para nadie.
Las hormigas reniegan al cansancio, engullen mis huesos, devoran mis sesos, en el desenfreno de la victoria y los laureles del poder. Y ya solo quedan restos de mi piel calcinada en el suelo aséptico de esta habitación. Mis manos se liberan de la realidad, escapando hacia el sueño eterno o quizás al averno redimiendo un pasado sin sentido.
Me voy, y quisiera escribir… Tan sólo me queda una palabra en este juego de póker, un simple vocablo que pueda acariciar el alma de la compasión.
Me quemo, me abraso, las llamas incendian los restos que quedan de mí.
Un suspiro, y en el aire mi aliento de piel quemada y alma calcinada.
Mi adiós.
Relato
Hormigas, relato, fiebre, muerte

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