La Princesa Yasevé

Blog Literario, desde el rincón de los olvidos

miércoles, 18 de enero de 2017

La montaña

La montaña

Blog literario, relato
La montaña, relato, sentimientos, amor, desamor
Siento el regusto amargo de una noche de insomnio, las palabras no dejaron de discutir entre ellas, alzando la voz, incluso a momentos gritando, mientras mi desesperación aumentaba. Por fin dieron tregua los pensamientos y los desacuerdos, y caí rendida al sueño inquieto.
Noto el cansancio de esta noche pasada, ¡si fuera sólo ésta! Intento recordar todo aquello que me desvela, mientras el café humeante fuerte y solo, como yo, espera en el frío mármol de la cocina que decida tomarlo a sorbitos. Pero mi mirada se desvía de la taza de porcelana, blanca y resistente, como yo, para perderse por la ventana. Una lluvia de hojas, los castaños respiran los últimos días de otoño, inundan la calle, y allí en una sola hoja me refugio yo.
De repente, necesito huir, salir corriendo, abandonar…El café me espera en su tibieza, y sin querer, con manos temblorosas y ansiosas intento asir la taza, que se escapa de mí para hacerse añicos en el suelo. Y contemplo los pedacitos que como esquirlas de hielo decoran el piso, y lloro, lloro desesperadamente, es mi vida la que está allí en ese suelo frío de granito echa pedazos tan minúsculos imposibles de recomponer.
Un impulso, el bolso y las llaves, sin pensar más, y la puerta de salida a las escaleras que engrandecen las ganas de correr. El coche helado, congelado por una noche donde arreció la pesadumbre de un invierno de incertidumbres, como yo, entumecida por las emociones. Consigo arrancar el motor, después de tres intentos, los mismos que mi vida, tres veces muertas y tres veces revivida para existir en un mar de dudas. La calefacción a tope, necesito calor que me abrigue esta desesperación que agrieta mi piel, ajando en arrugas y ojeras un existir sin fundamento.
Primera y acelero, me incorporo a la calle, aún silenciosa y vacía, no son apenas las 7 de la mañana, pero yo necesito vaciar esta rabia que se acumula en mis venas sangrando mi nariz, recordándome -estás perdida, no tienes solución. Aprieto el acelerador, giro a la derecha, por el puente que atraviesa el río donde la escarcha emblanquece el agua y debilita la vista, como mi vida. ¿Dónde voy?, me da igual, sin rumbo, solo quiero correr, correr…
La autovía me espera 110 km, las lágrimas entelan mis ojos, como la niebla negra que envuelve esta mañana, sin darme cuenta tomo dirección los Pirineos, ¿una señal? No sé, me da igual donde me dirija, solo necesito aligerar esta maldita carga que no me deja respirar, me aprieta los pulmones como una puñalada del enemigo, punzante y sangrante, traicionera,  en el costado izquierdo.
Acelero más, 130 km, la carretera solitaria avanza en requiebros quebrando la quietud de pastos y bosques, como yo, rompo el equilibrio entre la bondad de quien me quiere y aquellos que buscan su interés en unas gotas de mi esencia. La calefacción empieza a hacer efectos, el sopor enturbia mi mente, y sus palabras, sí las de él,  se acercan al abismo de mi cordura. Mis reproches y sus silencios, las dudas y las decisiones sin reflexión nos ganaron la partida.
-¿Dónde quedó el amor?, algo llama mi atención, sí, la montaña que delante de mí, reina el paisaje, inmensa, escarpada, como nuestro amor, allí nació entre árboles y ramas, furtivo de cazadores de opiniones malhirientes, allí ocultamos nuestros deseos, los besos y las caricias. Y la montaña me llama en susurros que me acerque, que enfile el tortuoso camino de su ascenso, curvas a derecha e izquierda, estrechando cada vez más su ancho, igual que estrecha mis recuerdos, apretando el miedo a la caída libre por sus precipicios. Aún así el coche asciende quejándose del desnivel, pero acaricio el volante con ahínco, igual que agarraba tu cuerpo para ofrecerte un regalo de buenos días.
La niebla densa, gris y pesada condensa mis pensamientos para retraer en el tiempo, el momento de nuestro distanciamiento. Quizás era tanta la necesidad de ambos por olvidar otros tiempos, empezar de cero y explorar nuevos cuerpos que perdimos el Norte, para caer en un Universo donde solo tú y yo éramos los supervivientes a un apocalipsis de desenfreno. Y ese, nuestro mundo, donde los recovecos se hacían en ocasiones inaccesibles, empezó a quedarse pequeño para ti, para mí. Tanto amor nos dábamos, que se desgataba en proporción a las discusiones sobre rutinas mañaneras y días cotidianos.
Empinada la carretera, pero acelero, quiero correr más, abro la ventanilla y dejo que el frío aire toque mi rostro para despejar mi tristeza enfriando la punta de la nariz, esa que besabas cada amanecer. Aromas de tierra mojada perfuma el coche para tapar el olor de tu tabaco, ese que tanto odio, pero permitía y concedía, pues ya se sabe el amor eso tiene. Subo y subo en este trasto que consiente mis llantos y mis desesperos a golpe de pedal y quemar rueda, igual que mi vida. Un torbellino de zapatos acumulados y gastados por los desafíos y delirios, unas veces míos y casi siempre impuestos.
El coche rueda, a momentos patina, el hielo de la calzada avisa de quien manda. Pero no escucho sus advertencias, hoy no, no quiero oír nada que no sea la música de la montaña, la soledad que en silencio sube por mis pies como cuando tú te perdías en mi cuerpo. Y enfilo las últimas curvas con más melancolía que  rabia, se ancla la nostalgia de las ilusiones perdidas, y el desconsuelo de nuestras esperanzas guardadas en el último cajón de la comoda.
Por fin, la carretera se acaba, aparco el coche a la derecha, esa mano que no sabe que hace la izquierda, igual el arcén de esta montaña, pinos y abetos, huecos y vacíos de barrancos, donde no llega la humanidad. Me bajo del coche, mis gafas de sol, para que sus rayos no deslumbren mi pena y la bufanda de lana para refugiar el frío de mi alma. Los guantes que no falten, los dedos ya sangran de tanto rasgar los recuerdos en jirones y tiras de instantes que no visten ya esta masa de 40 kg.
Me espera una piedra grande, inmensa y una cruz, aquí arriba en la cima de la montaña coronando la tierra y rozando el cielo, para poder resolver la duda, ¿dónde quedó el amor?Escuece pensar que todo lo que empieza acaba, igual que la herida cuando se cura con algodón y alcohol. El viento del Pirineo me besa los labios agrietando con su sal, su voluptuosidad, esa de que tanta presumías en cada esquina con deseo y mordiscos. Y acaricia mi melena, libre, sin las ataduras de la goma que constriñe las convenciones y moralidad. Mi móvil en la mano, en alerta por si un solo de tus mensajes me pudiera llegar, pero no, hace tiempo dejaste de enviarme mensajes de te quiero y corazoncitos. Rescato nuestra última fotografía, contemplo tu sonrisa, y una gota se pierde en la tierra, y mi alegría, la que no existe. Sin más, le doy a la opción “eliminar”, y aquí entierro nuestro amor, el que nació en la montaña, y a la montaña quiso morir.

 Me pregunto -¿dónde quedó el amor?
Encerrado en un frasco de perfume
sólo para los domingos y fiestas de guardar.
Escondido debajo de mi cama,
jugando al escondite inglés.
Fugitivo de los vigilantes de la moral,
en busca y captura.
Navegando por mares de esperanza,
en ojos esmeralda.
Volando por el Universo
gravitando en órbitas extrañas.
Usurpando corazones
el mejor manjar.
Rasgando mi alma
recordando:
Te echo de menos
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