La Princesa Yasevé

Blog Literario, desde el rincón de los olvidos

jueves, 19 de enero de 2017

Un minuto

UN MINUTO

cama
Amarga está mi boca, gotas de sudor recorren mi cara, me despierto de repente, tiemblo. Miro la hora en la pantalla del móvil, las cuatro y treinta dos de la mañana. El sabor amago de mi boca se agudiza, miro al techo.
Fijo mi mirada en esa pequeña mancha de ¿humedad?, no sé. En un segundo la mancha se engrandece, ¡no puede ser!, pienso. Se acerca a mí, no puedo dejar de mirarla.
Saliva, más saliva amarga, sudor salado.
Sigo observando el techo, la mancha ha desaparecido,¡ufff! Pienso, no puedo pintar el techo ahora. Pero, no lo creo, el techo lentamente se acerca, ¡no es posible! Miro a mi derecha, ¡¿qué pasa?! El armario lentamente se acerca, ¡nooo!, más sudor, más frío recorre mi cuerpo. Tiemblo, mi boca aún más amarga. Toco mi frente, confundida giro mi cara a la izquierda ¡nooo! se acerca esa pared asalmonada, –¿qué me pasa?–.
Mis temblores crecen en proporción a mi miedo. Vuelvo a fijar mi mirada en el techo, ¡Madre mía! ¿qué me está pasando? Se acerca como el tren a la estación, lentamente, pero sin frenar. ¡nooo! Un golpe en el pecho, no puedo respirar, me falta el aire, ¡socorro! quiero gritar. Mi voz…aguanto mi cuello, lo palpo no sale, muda ¡¿qué pasa?! El miedo aumenta, me embarga sigo sin apartar mi mirada del techo, se acerca cada vez más, lentamente y no lo puedo parar.
Gotas de sudor helado descienden por mi espalda, intento moverme, levantarme, huir…Mis piernas no responden, paralizada así estoy. Me asfixio, no puedo respirar, el aire no quiere entrar por mi nariz. Y mi boca, más amarga. ¡Aire, aire, aire! Necesito aire, y en mi pecho más dolor, más golpes. Vuelvo a mirar a mi derecha, y ¿ese armario tiene patas? Se acerca, está a punto de aplastarme, y a la izquierda, la pared asalmonada aún más rápida se aproxima.
Voy a morir, ¡¿qué pasa?! Aplastada como una mosca en el cristal de la ventana, espachurrada. ¡Aire, aire, aire! necesito aire. Tiemblo, más temblores, y el miedo me acompaña, acaricia mi cuerpo como el amante a su amada, con dulzura, pero firme, incesante para envestir y sacudirme no en un orgasmo, sino en un revés de muerte.
Miro al techo, a la derecha, a la izquierda, se arriman cada vez más rápido, sin remordimientos por mi muerte, enterrada bajo sus escombros. ¡Aire, aire, aire! y muda, más muda, más temblores, más amarga la boca. Un hueco, un agujero en mi estómago, puedo meter mi mano en ese vacío y traspasar a mi espalda. ¿¡qué me pasa Dios!?¡Ayuda, ayuda! quiero gritar, y más muda, más silencio.
MIEDO, terror en mi cuerpo, en mi mente. Empapada en sudor, siento el frío en esta noche de verano, y la Muerte ronda mi cuerpo como el lobo a su presa, tenaz y decidido, con sangre en sus ojos, fuego en sus fauces, tenso el cuerpo a punto del salto definitivo  esperando el momento para atacar. Seguro de conseguir su premio, de hincar sus colmillos en el miedo de su víctima.
SILENCIO, SILENCIO…
Angustia, asfixia, dolor, frío, temblores, vacío, y mucho miedo. MIEDO, MIEDO.
Intento apartar mi mirada del techo, de las paredes, me fijo en el móvil, quiero alargar mi brazo para acercarlo, inmovilizado no responde, pero insisto, insisto y en un esfuerzo reacciona. Saco mi brazo del refugio de sábanas, lo acerco lentamente, con dificultad, pero en movimiento hasta la mesilla, un soldado en la batalla definitiva para ganar la guerra. ¡Por fin! toca la mesilla, mis dedos rozan el teléfono que con una luz destellante sonríe para ser acariciado. Lo cojo y la pantalla me seduce 4.33 de la mañana.
Un solo minuto, uno solo para morir.
¿Qué insignificante es mi vida? Un solo minuto para morir

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